miércoles, 16 de septiembre de 2015

LA FRATERNIDAD, LA GRAN OLVIDADA EN BIOÉTICA.


Aunque el artículo tiene ya cinco años a sus espaldas y a pesar del ámbito en que se plantea, lanza una pregunta de tremenda actualidad:  

¿es la fraternidad un valor olvidado en bioética? 



La tesis inicial del artículo es que el desarrollo de la Bioética que hoy conocemos se realiza en el ámbito occidental desarrollado y bajo el paradigma de la autonomía kantiana, una autonomía individualista basada en la conciencia del sujeto moral. En un marco socialmente diferente como es el latinoamericano, los autores echan de menos la dimensión social de la bioética, y acuden a la filosofía dialógica de Karl O. Appel, en la que el sujeto adquiere consistencia en la medida en que pertenece a una comunidad de personas con capacidad de argumentación, y cuya autonomía cobra sentido, por tanto, si es comunicativa, es decir, si logra argumentar la decisión tomada teniendo en cuenta los múltiples intereses que puedan existir en esa comunidad. Se alude, además, a la necesidad de contar con un proceso dialógico igualitario, que proporcione a los diferentes individuos afectados la misma capacidad para intervenir en el diálogo, y de no olvidar en ningún caso la perspectiva de los más débiles, en consonancia con lo aportado por la filosofía de la liberación (Dussell).

Lo que se está planteando es si existe un individuo consistente al margen de la realidad social, si la autonomía puede vivirse como una capacidad en la que el individuo decide, de forma solipsista (vitalmente aislado), lo que más le interesa y si la comunidad tiene como único papel asistir pasiva y respetuosamente a dicha toma de decisiones. O si, por el contrario, el individuo ha de reconocer su sustrato social (y, por tanto, no-individual, sino personal, en relación) y proceder a una toma de decisiones que, de forma dialógica directa o virtual, tenga en cuenta los posibles intereses del resto de miembros de la comunidad en su propia toma de decisiones. Porque no sólo el individuo que toma la decisión se construye a sí mismo, también influye y construye, con sus decisiones, al conjunto de la sociedad de la que forma parte.

Estamos ante una invitación clara a un tipo de reflexión bastante diferente a la que estamos acostumbrados a realizar en torno al tema de la autonomía, desde una perspectiva que cuestiona la concepción liberal de la vida extendida por doquier en el ámbito occidental, tanto a diestro como a siniestro del espectro político e ideológico; constituye, por tanto, una interpelación para todos. 

¿Podemos concebir una autonomía absolutamente individual, o debemos más bien aceptar la raigambre y contextualización social de cualquier ejercicio que podamos hacer de nuestra autonomía? 

Una gran pregunta, que requiere grandes respuestas que eviten los riesgos tanto del solipsismo individual como de la represión / presión social y comunitaria que tantos problemas ha generado al desarrollo de las personas a lo largo de la historia.

Miguel Angel García Pérez