Damos pasos pero aún faltan muchas manos levantadas
Para no olvidar:
25 NOVIEMBRE, DIA MUNDIAL CONTRA LA VIOLENCIA DE GÉNERO
Tú
puedes ser la próxima
Médicas, azafatas, abogadas,
amas de casa, actrices, secretarias, celadoras, locutoras de radio, ministras… La violencia de género no tiene un “nicho ecológico”
definido sobre el que imponer su demoledor dominio. Tristemente podemos decir
que la violencia de género es “cosa de todas”.
Por
eso, si yo
fuera una mujer maltratada, o por si llego a serlo, me gustaría
pensar que el sistema sanitario español está preparado para atenderme. No sólo
si llego a urgencias con un pómulo roto. Los profesionales saben bien suturar,
pero ¿con qué hilo se cosen las heridas del alma? ¿cuánto tardan en cicatrizar?
Detrás de cada agresión física hay un infierno previo, sin grandes llamaradas,
oculto, sutil, perverso, confinado a la intimidad de una relación asfixiante y
humillante, envuelta en una tela de araña que no es fácilmente reconocible ni
para la mujer que la sufre ni para los profesionales que la atienden. Ya sé que
es difícil, pero me gustaría pensar que estos profesionales tendrán suficientes
conocimientos y habilidades, y una actitud de escucha reflexiva, empática y
atenta, que les impida ser maleficentes. Si me siento sola y desnuda, en medio
de una tormenta de nieve en Siberia, descalza, con los pies congelados…. no me
gustaría ver en la mirada del médico que me atiende algo así como un reproche: “no sé por que no coges un abrigo y te vas”.
A este bienintencionado profesional le diría: ¿a dónde? ¿cómo? ¿dónde llevo a
mis hijos?¿dónde meto el miedo?. Si
te pido que no des parte al juez, no te ofendas, no quiero meterte en líos,
pero tampoco quiero que me metas tú. Me dan miedo las decisiones “en
escopetazo”, las mías y las tuyas. Si pudieras acogerme sin juzgarme… porque
las mujeres maltratadas no somos ni cobardes ni masoquistas, somos víctimas de
un proceso de destrucción sistemática de nuestra integridad psicológica y a
veces física, víctimas del silencio social que envuelve la violencia como algo
“normal” – “todas las parejas tienen
diferencias” -, víctimas del desconocimiento del ciclo de la violencia y
del perfil del maltratador, que a lo mejor es ese paciente de tu cupo, culto,
encantador, que no es alcohólico… vamos, imposible….
Que
las leyes son importantes lo sé desde hace tiempo, pero también sé que no
resuelven todos los problemas. He confiado en ti otras veces, y me gustaría
encontrar en ti a un profesional que sepa guardar silencio (como decía Tambor,
el conejito amigo de Bambi: “si al hablar
no has de agradar es mejor callar”), que aguante el temblor de mi barbilla
sin darme una palmadita en la espalda (“venga,
mujer, no será para tanto…”), que me de el tiempo que necesito mientras
retuerzo un pañuelo, con la mirada perdida y los labios apretados porque no
encuentro las palabras que nombren lo innombrable, que entienda que para salir
de un pozo enfangado hace falta algo más que voluntad, que reconozca el ovillo
que me enreda y envuelve… y, si puede, me ayude a tirar del hilo, y si no
puede, me ayude a encontrar el sitio donde puedan hacerlo… ese ovillo que me
asfixia, me ciega, no me deja pensar ni sentir nada más allá del miedo y la
desesperación…
¿Serás así tú, el médico
que me atienda?
¿Seré así yo, que soy mujer y médica de familia?
¿Seré yo la
próxima víctima?
Teléfono Contra los Malos Tratos
012 Mujer o 016
900116016 para personas con diversidad auditiva y/o del habla
Para no olvidar:
La maleta de Marta
Hay historias que parecen imposibles. La de Marta es una de ellas.
Superviviente de su asesino, que después de atropellarla le asestó
dieciseis puñaladas. Marta no solo sobrevivió, sino que se ha atrevido a
plantarle cara a su asesino y contar su historia. Para que se sepa lo
que realmente sienten y necesitan las mujeres en peligro de muerte,
amenazadas por los canallas que fueron sus parejas.
Las mujeres que han vivido las muchas violencias de género (la
psicológica, la sexual, la económica, la social, la física) reconocerán
en la historia de Marta elementos que por desgracia comparten todas las
víctimas: la tela de araña que envuelve hasta asfixiar, la culpa que te
inoculan y que atenaza la capacidad de decidir, lo sutil de la violencia
psicológica en la que es difícil definir qué día comenzó todo, las
lágrimas y los pañuelos retorcidos, el miedo a la reacción de la familia
y al qué dirán, y la sonrisa final de las que consiguen escapar y
renacer, reinventarse y volver a vivir. No todas lo consiguen. Al menos
las mujeres que aparecen reflejadas en estos datos no lo consiguieron:
Las noticias sobre violencia con resultado de muerte, esas que salen en
la prensa, insisten en la necesidad de la denuncia previa. Pero ¿qué
hubiera denunciado Marta? ¿cómo se denuncia la tela de araña? ¿cómo se
demuestra el desprecio, la humillación, la burla, todo ese proceso
sutil, malévolo, que precede a la violencia física? Ayudar a las mujeres
en riesgo es el primer paso, antes de denunciar: educar en la escuela,
abrir los ojos a las mujeres ante los comportamientos posesivos que
huelen a maltrato, crear recursos de seguridad y planificar la salida
del domicilio, son medidas, entre otras, que hay que fomentar para que
las mujeres y sus hijos puedan salir del maltrato sin aumentar sus
riesgos. No se puede simplificar en una denuncia un asunto tan complejo,
tan cruel y tan doloroso.