Leer a
John Berger es de las mejores cosas que puedes hacer este mes (o el siguiente, o el otro...). Una de sus mágicas reflexiones está recogida en esta joya ilustrada, un librito que no debes dejar de disfrutar:
Cataratas
Catarata, del griego "kataraktes", significa cascada grande de agua o
compuerta, rastrillo de puerta de muralla, una obstrucción que cae desde
arriba. Compuerta extirpada delante del ojo izquierdo. En el derecho,
la catarata sigue.
Juego, mirando un objeto y cerrando después,
primero el ojo izquierdo, luego el derecho. Las dos visiones son
nítidamente distintas. Definir la(s) diferencia(s).
Con el ojo
derecho solo, todo parece gastado, con el ojo izquierdo solo, todo
parece nuevo. No me refiero a que el objeto mirado cambia su vejez
evidente; sus signos de vejez o juventud relativa siguen siendo los
mismos. Lo que cambia es la luz que cae sobre el objeto y que éste
refleja. Es la luz lo que se renueva o –al disminuir – envejece.
La
luz que hace posible la vida y lo visible. Tal vez aquí toquemos la
metafísica de la luz (Viajar a la velocidad de la luz significa dejar
atrás la dimensión temporal). Al caer, no importa sobre qué, la luz
otorga una cualidad de "primeridad" que lo vuelve prístino aunque en
realidad puede ser una montaña o un mar de equis millones de años. La
luz existe como un continuo comienzo interminable. La oscuridad, en
cambio, no es, como suele suponerse, una finalidad sino un preludio. Es
lo que me dice mi ojo izquierdo que apenas puede distinguir los
contornos todavía.
El color que volvió en un grado imprevisto es
el azul. (El azul y el violeta con sus ondas cortas son desviados por la
opacidad de la catarata.) No sólo los azules puros, también los azules
que intervienen en otros colores. Los azules en ciertos verdes, en
ciertos morados y magentas y en ciertos grises. Como si el cielo
recordara su cita con los otros colores de la tierra.
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La recuperación de la mirada