Siempre es estimulante la lectura de materiales en torno a
las humanidades médicas, y he de confesar que la revista Medicine, Health Care and
Philosophy, de la Sociedad Europea del mismo nombre, me está entusiasmando.
Uno de los artículos del último número, en torno a “El todo y el
arte de la dialéctica médica: un relato platónico”, me ha traído a la
memoria y reforzado una intuición que, desde hace unos años, vengo entreviendo
sobre la tarea de los médicos. No es tanto que la intuición sea novedosa, ya
que de alguna manera creo que ha venido circulando por distintas fuentes; pero
sí que es esclarecedora, por lo menos para mí, de lo que el médico hace y,
sobre todo, de lo que debe hacer.
El artículo en cuestión hace un análisis literario del
diálogo platónico Fedro, que hace alusión a la Medicina como modelo para otra
práctica importante, la retórica. En una discusión sobre la retórica vacía de
los sofistas, Sócrates presenta a la Medicina como ejemplo de práctica
profesional (techné) por su método de dividir y reunir, al que denomina
dialéctica, que cursa sin perder de vista la plenitud (to holon) de lo
que es su objeto, la vida humana. Aunque esto es una pobre aproximación al
contenido del artículo, que entra en mayor profundidad al análisis, es
suficiente para mi propósito en estas líneas.
Ciertamente, lo que hace el médico en el proceso típico de
acogida de un paciente es acoger a la persona, que nos presenta unos síntomas
que, de alguna manera, le preocupan. Como científicos, comenzamos aquí un
proceso de división y separación en el que, con las técnicas aprendidas en
nuestra formación, intentamos delimitar el problema que está originando la
situación del paciente, a través de un proceso de recogida de datos (la
enumeración a la que también se refiere el artículo citado), formulación de
hipótesis y validación de las mismas. Con todo ello podremos formular la
hipótesis diagnóstica final o una pauta de actuación a seguir para poder
precisarla, y podremos conformarnos con ponérsela delante (ex-ponérsela, o, lo
que es peor, im-ponérsela al paciente), o bien podremos “recuperar” la
totalidad de la persona que tenemos delante (que habíamos puesto entre
paréntesis para aplicar nuestro método científico) y tratar de ofrecerle la
información obtenida y las propuestas de actuación de modo que ésta pueda
integrarlo en su proyecto vital. Los medios para ello son múltiples, y reciben
diferentes nombres: consentimiento informado, toma compartida de decisiones,
etc. Dotarles de su pleno sentido es aceptar, de pleno derecho, la necesidad de
esa reintegración.
Quizás sea todo esto lo que justifica que se hable de arte,
además que de ciencia, cuando se intenta describir el hacer de la Medicina. Sobre
todo, de la Medicina de Familia.
Miguel Ángel García Pérez